Cuando llegaron a él, una por una revolotearon cerca de su oído y susurraron delicadamente el mensaje de amor que las motivaba. ¡Pero no hubo ninguna respuesta!, ninguna palabra que les diera aliento, solo el silencio sepulcral de sus labios sellados que había inundado el lugar.
Una mirada fría las comenzó a marchitar, fueron sucumbiendo lentamente, sus alas azules se tornaron grises hasta que ya no tuvieron ningún color. Viendo su propia desgracia y su inminente muerte decidieron marcharse y buscar un lugar decente para expirar, y allí, en la princesa blanca que habitaba la bóveda azul encontraron dulce asilo, volaron alto, se recogieron sobre sus manos y descansaron de su corta pero atrevida vida.
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